Compartimos la historia en primera persona de Martín Zalazar Olobardi, donde nos habla de su diagnóstico, su relación con la EM y sus aprendizajes.
Soy santafesino de nacimiento y Entre Ríos se convirtió en mi hogar adoptivo. A los 44 años me defino como un fan de la naturaleza, la tecnología y bailar salsa. Mi vida dio un giro inesperado hace una década, cuando me diagnosticaron EM después de 5 años de síntomas confusos.
Empecé con hormigueos en las piernas, problemas de equilibrio y mareos, lo que afectaba mi día a día. Recorrí consultorios médicos buscando respuestas hasta que una resonancia de cerebro reveló las manchas características de la EM. Aunque el diagnóstico fue un golpe duro, también fue un alivio saber qué me pasaba. Me sumé a comunidades de personas que compartían mi misma lucha, encontrando apoyo y fuerza en cada historia compartida.
Gracias al tratamiento con fingolimod, los brotes disminuyeron y mi calidad de vida mejoró. Aunque quedaron algunas secuelas, decidí abrazar la vida con más intensidad. Siempre cuidé mi salud con buena alimentación y ejercicios, pero desde entonces lo hago con mayor dedicación.
Como investigador del CONICET y profesor universitario, mi pasión por la ciencia me llevó en 2022 a Nueva York por casi dos años. La decisión de emigrar no fue fácil, especialmente por la incertidumbre que la EM implica. Sin embargo, no dejé que la enfermedad dictara mi destino. Regresé a Argentina, agradecido por el sistema de salud que me cuida y valorando más que nunca el tiempo con mi esposa, mi familia y mis amigos. He aprendido a reforzar los lazos afectivos, encontrando en ellos un apoyo invaluable.
Mi historia es un recordatorio de que la vida puede presentar desafíos inesperados, pero también oportunidades para crecer y encontrar la verdadera felicidad. La EM no me define y la uso como motivación para vivir cada día al máximo y seguir adelante.